Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado? Mateo 27:46

 

Por tres horas, desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas que habían envuelto la tierra obstaculizaron la vista de los espectadores que se encontraban al pie de la cruz del Señor Jesucristo. ¿De dónde procedieron esas tinieblas al mediodía? ¿Qué significaban? ¿Eran una señal?  Muchas preguntas surgen a raíz de la inesperada oscuridad, sin embargo parece que los testigos de la muerte del Autor de la vida no se preocuparon por ella.  Cerca de las tres de la tarde, una gran voz, procedente del Justo que estaba crucificado en la cruz central, penetró en las tinieblas: “Elí, Elí ¿lama sabactaní?” Mateo 27:46.

 

Al principio había confusión. Los oyentes confundieron Elí, el nombre hebreo de Dios, con Elías, el profeta del Antiguo Testamento. Pensaron que Jesucristo estaban suplicándole a Elías para que viniera a socorrerlo, así que dijeron: “Deja, veamos si viene Elías a librarle”. Aunque es dudoso, tal vez su confusión se debió a que no entendían el idioma que el Señor utilizó para pronunciar esa pregunta tan solemne. Algunos eruditos dicen que habló en hebreo, otros que era siríaco, y aun otros dicen que las palabras eran una mezcla de los dos idiomas, conocida como siríaco-caldeo.  Aunque los presentes no entendieran, los escritores Mateo y Marcos nos dan la traducción: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Ya que el Señor Jesucristo siempre gozaba de comunión con su Dios y que todo lo que hacía le agradaba a Dios, esta pregunta es digna de nuestra consideración.

 

La pregunta se remonta al Salmo 22 escrito muchos años antes de la muerte de Jesucristo. Es un Salmo mesiánico que describe minuciosamente los detalles de la crucifixión del Rey de reyes. A menudo los maestros de la Biblia señalan el versículo tres de este Salmo como la contestación a la pregunta. Salmo 22:3 dice: “Pero tú (Dios) eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel”.  Lo que se implica es que la santidad de Dios resultó en el abandono del sufriente Salvador porque “el justo” padeció por los pecados de “los injustos” (1 Pedro 3:18).  La conclusión es, pues, que si Jesucristo tomó el lugar del culpable entonces recibió el tratamiento que merecía el culpable.

 

Otro comentarista expresa su opinión que la pregunta debería entenderse de la siguiente manera.  Dice que una alternativa sería: ¿A qué (o a qué clase de personas) me has entregado o dejado? A continuación el autor dice que una traducción de la antigüedad traduce la pregunta: ¿Por qué me has abandonado al reproche?  Si bien la pregunta es mejor traducida como ¿por qué? O ¿A qué? Las respuestas correspondientes son casi iguales. ¿Por qué?  Por causa de nuestros pecados.  ¿A qué? Para sufrir por nuestros pecados.

 

Reconocemos que estamos en “tierra santa” al contemplar esta gran pregunta que hizo nuestro Señor en su hora más oscura, y que no podemos entender completamente lo que Él experimentó cuando “murió por nuestros pecados.”  Sin embargo, con mucho agradecimiento confesamos que fue por nuestros pecados.